A veces me pasa que estoy cocinando y pienso: “¿Por qué todo sabe mejor cuando lleva vino?”. Da igual si es tinto, blanco o rosado, el vino tiene ese algo que transforma una receta normal en algo que te hace sentir como si supieras lo que haces, incluso cuando solo estás improvisando.
Hoy quiero contarte mis tres recetas favoritas: una con vino tinto, otra con blanco y otra con rosado. Pero antes, te aviso: esto no va de complicarse la vida, va de disfrutarla.
El encanto de cocinar carne con vino
Cocinar carne con vino tiene una especie de magia… bueno, no magia, más bien una lógica sencilla: el vino ayuda a que la carne quede tierna, jugosa y con un sabor más profundo. Lo que hace es descomponer las fibras de la carne y, al mismo tiempo, aportar ese toque ácido que equilibra la grasa.
Si usas vino tinto, el sabor será más intenso, más de invierno, de esos que van bien con estofados o carnes rojas. Si usas vino blanco, el resultado es más suave, ideal para carnes más ligeras como el pollo o el cerdo. Y si te atreves con vino rosado, verás que da un punto medio: ni muy fuerte ni muy suave, perfecto para cuando quieres sorprender a alguien y no sabes si le gustan los sabores potentes o delicados.
No necesitas ingredientes raros, solo carne, vino, verduras, algo de tiempo, y ganas de comer bien. Eso es todo.
Receta 1: Estofado de ternera al vino tinto
El estofado de ternera al vino tinto tiene ese sabor de comida casera que reconforta, que huele increíble y que hace que todos te pregunten “¿Qué estás cocinando?”.
Ingredientes:
- 1 kilo de carne de ternera para guisar
- 2 zanahorias
- 1 cebolla grande
- 2 dientes de ajo
- 1 vaso y medio de vino tinto (bueno, no de los baratos)
- 2 vasos de caldo de carne
- 1 hoja de laurel
- Aceite de oliva, sal y pimienta
Cómo lo hago:
Primero, corto la carne en trozos medianos y la salpimiento. En una olla, pongo un poco de aceite y doro la carne hasta que quede bien sellada. Luego la saco y, en ese mismo aceite, echo la cebolla picada, los ajos y las zanahorias. Dejo que se cocine todo unos minutos hasta que huela a gloria.
Vuelvo a meter la carne en la olla, echo el vino y dejo que hierva un poco para que se evapore el alcohol. Este paso es importante porque, si no, el plato sabrá como si te hubieras bebido la botella entera. Después añado el caldo, el laurel, tapo y dejo que se cocine a fuego lento durante una hora y media, o hasta que la carne esté tan tierna que se deshaga sola.
A veces le pongo un poco de tomillo o romero, depende del humor que tenga. Pero con lo básico ya queda espectacular. El vino tinto le da ese color oscuro y ese sabor que hace que te quieras repetir el plato.
Receta 2: Pollo al vino blanco con champiñones
Esta es la receta que hago cuando quiero comer rico, pero sin pasarme la tarde en la cocina. Es ligera, sabrosa y queda genial con un poco de arroz o puré de patatas.
Ingredientes:
- 1 kilo de muslos o pechugas de pollo
- 1 cebolla
- 3 dientes de ajo
- 200 g de champiñones
- 1 vaso de vino blanco
- 1 vaso de caldo de pollo
- Perejil, sal, pimienta y aceite de oliva
Cómo lo hago:
En una sartén grande, pongo un poco de aceite y doro el pollo por ambos lados. Lo saco y, en el mismo aceite, echo la cebolla y el ajo picados. Cuando están dorados, añado los champiñones y dejo que se hagan hasta que suelten su jugo.
Después meto de nuevo el pollo, echo el vino blanco, dejo que hierva un poco y agrego el caldo. Tapado, a fuego medio, unos 40 minutos. Cuando la salsa empieza a espesar, ya sabes que está listo.
Lo que me encanta de esta receta es que el vino blanco le da un sabor fresco y un toque ácido que equilibra la grasa del pollo. Es de esas comidas que parecen más elaboradas de lo que son. Y si te queda un poco de salsa… mejor, porque está tan buena que la puedes mojar con pan sin culpa.
Receta 3: Solomillo de cerdo con vino rosado
El vino rosado no se usa tanto en la cocina, y eso es un error. Tiene un sabor suave, un punto afrutado y combina genial con carnes blancas. Esta receta de solomillo con vino rosado es rápida, deliciosa y perfecta para una cena especial.
Ingredientes:
- 2 solomillos de cerdo
- 1 cebolla
- 1 vaso de vino rosado
- 1 vaso de caldo de carne
- 1 cucharadita de mostaza
- Sal, pimienta y aceite de oliva
Cómo lo hago:
Corto el solomillo en medallones y los doro en una sartén con aceite. Los saco y, en esa misma sartén, echo la cebolla picada. Cuando se pone dorada, añado la mostaza y el vino rosado. Dejo que se evapore un poco el alcohol y agrego el caldo.
Después meto los medallones, bajo el fuego y dejo que se cocinen unos 15-20 minutos. La salsa queda con un color precioso y un sabor muy equilibrado. El vino rosado no es ni tan fuerte como el tinto ni tan suave como el blanco, así que es el punto medio perfecto.
Este plato con unas patatas asadas o un poco de pan… es felicidad pura.
¿Cómo escoger el mejor vino según la cosecha de la uva?
Mucha gente piensa que da igual el vino que uses porque “se evapora”, pero eso no es cierto. Si usas un vino de mala calidad, el sabor también será malo. Así que sí, el vino importa, y mucho.
La cosecha influye en todo: el sabor, la acidez y el aroma. Un vino joven, por ejemplo, es más ligero y ácido, ideal para platos con pollo o pescado. En cambio, un vino de cosecha vieja suele tener más cuerpo, más intensidad, y queda increíble en guisos de carne roja.
Como me explicaron en su día desde Plantvid, un vivero y empresa de producción de injertos, plantas de vid, uvas de mesa y vino con una amplia experiencia en el sector, “la mejor forma de escoger es fijarse en el equilibrio entre la madurez de la uva y la calidad del año en que fue cosechada”. Es decir, si el clima fue bueno ese año, el vino será más sabroso y con menos acidez.
También recomiendo fijarse en la denominación de origen, no por postureo, sino porque te da una pista sobre la calidad del vino. Los vinos de zonas más cálidas tienden a ser más potentes, mientras que los de zonas frías suelen tener sabores más suaves.
No uses un vino que no te beberías. Si no te gusta beberlo, no lo pongas en tu comida.
Los beneficios de cocinar con vino
No todo el mundo sabe que cocinar con vino tiene beneficios para la salud (sí, de verdad). Cuando lo usas correctamente, el alcohol se evapora, pero los antioxidantes del vino quedan en la comida. Eso ayuda a mejorar la circulación y a proteger el corazón.
Además, el vino aporta polifenoles, que son compuestos naturales que ayudan a reducir el envejecimiento celular. No es que te vayas a convertir en inmortal por comerte un estofado con vino, pero algo ayuda.
Y lo más interesante es que, gracias al vino, necesitas menos sal y menos grasa en tus platos, porque el sabor del vino compensa. Es una forma más natural de cocinar sabroso sin pasarte con los condimentos.
Eso sí, hay que usarlo con moderación. No hace falta echar medio litro para que el plato quede bien. Un vaso suele ser suficiente para realzar el sabor sin que todo sepa a bodega.
Pequeños trucos para que tus recetas con vino salgan perfectas
Después de probar muchas combinaciones (y de arruinar algunas, lo admito), he aprendido unos cuantos trucos que siempre funcionan:
- No eches el vino directamente del cartón. Déjalo airear un poco, aunque sea diez minutos. Mejora el sabor.
- No remuevas demasiado mientras se reduce. Deja que el vino haga su trabajo y se concentre el sabor.
- Usa la misma lógica que con la bebida: vino tinto para carnes rojas, blanco para las blancas y rosado para algo más ligero.
- Nunca eches vino frío a una olla muy caliente: puede estropear la textura de la carne.
- Y pruébalo antes. Si el vino está pasado o muy ácido, el guiso saldrá mal sí o sí.
Una vez le pillas el punto, te das cuenta de que muchas comidas mejoran con solo un chorrito.
Cocinar con vino es disfrutar
Cocinar carne con vino no es solo una forma de preparar comida, es una manera de disfrutar del momento. No hay prisa, no hay estrés. Solo tú, la olla y ese aroma que se va extendiendo por toda la cocina.
Además, compartir este tipo de platos con amigos o familia siempre tiene un toque especial. Nadie dice que no a un estofado con vino tinto, ni a un pollo al vino blanco bien hecho.
Y si algún día te animas a probar algo distinto, dale una oportunidad al vino rosado. En serio, te sorprenderá.
Cocinar no tiene que ser algo complicado ni reservado a los que saben mucho. Basta con probar, equivocarse un poco, y volver a intentarlo. Porque al final, lo importante es disfrutar del proceso… y del plato, claro.
Brindar también se hace con una cuchara
Cuando una receta te sale bien, lo sabes. Huele bien, sabe bien y, aunque no te haya quedado perfecta, te sientes feliz. Cocinar con vino tiene eso: convierte una comida corriente en algo para celebrar, aunque solo estés tú en casa.
Así que la próxima vez que abras una botella, guarda un vaso para la receta y otro para ti. Al final, se trata de disfrutar, de saborear el momento y de darte cuenta de que con un poco de vino (y de paciencia) todo mejora un poco.